7.23.2010

Aquel frío polar característico de Alaska

Hacía frío. Mucho. Sobre todo después de un viaje de doce horas en autocaravana con calefacción que me mantenía calentito mientras comía los riquísimos sándwiches de tomate y queso fundido que me preparaba mi madre siempre que tenía hambre o mi estómago rugía como un león.
La verdad es que al llegar me alegre mucho de estar allí, rodeado de nieve, a pesar de que casi me caigo cuando bajé de la autocaravana porque no podía caminar de lo dormidos que debía tener cada uno de los músculos de mi cuerpo.
Empecé a tocar la nieve, que se derretía en mis manos. Mi madre no tardó en salir corriendo de la autocaravana para ponerme un abrigo y unos guantes por si me acababa helando.
Mientras mi padre organizaba la autocaravana y mi madre ya hacía la cena, yo fui a explorar ese territorio tan desconocido para mí.
Habíamos aparcado a los pies de una colina, así que decidí subir a la cima para ver que había al otro lado.
El paisaje que se veía desde allí era aún más bonito que lo que había visto al llegar, y nada comparable con los otros sitios en los que había estado en mis diez años de vida.
Aquello era inmensamente mejor, había mas nieve que donde nos habíamos asentado y se veían todas las montañas que rodeaban aquel pueblecito de casitas humildes. Y el lago que se había helado aún le daba un aspecto más hermoso si cabía. Mi madre me había dicho más de una vez, cuando me ayudaba a estudiar para la clase de ciencias obligándome a quedarme sentado hasta que no me supiera de memoria la lección, que un valle era una depresión de la tierra formada ente varias montañas y en las que generalmente había un lago. Sí, aquello era un valle seguro.
Descendí por la colina a trompicones, ya que resbalaba cada vez que ponía un pie en el suelo. Pero daba igual, tenía demasiadas ganas de conocer aquello en profundidad como para que me importase ensuciarme el peto o mis zapatillas negras y hacerme daño en las rodillas.
Cuando llegué al pueblo paseé durante un rato por aquellas callejuelas estrechas, mirando todas las tiendecitas, especialmente la de comestibles y golosinas, dónde se me dio por buscar en los bolsillos de mi peto y encontré unas monedas.
Cogí una bolsa llena de ositos de goma y le entregué el dinero al señor de la tienda.
Él me dijo que en Alaska no se utilizaban las monedas que había en mi país, sino los dólares, algo de lo que no me habían informado mis padres. Pero la gente de ese lugar parecían personas amables, o por lo menos el señor de la tienda de gominolas lo era, porque me devolvió mis monedas y me regaló la bolsa de ositos.
Yo le dí las gracias y le dije que mañana le traería dos sándwiches de tomate y queso fundido, como los que hacía mi madre.
Me senté en unas escaleras a tomarme los ositos, no todos que si no luego me dolería la barriga, como me había advertido mi madre, así que sólo me tomaría los rojos, que eran los que más me gustaban.
Cuando terminé decidí ir a visitar el lago.
Tal y como había visto desde la colina, estaba completamente helado y se podía ver los peces que nadaban por debajo de aquella capa gélida.
Al otro lado había una niña rubia con un gorro de lana verde que parecía estar haciendo lo mismo que yo. Pero al verme se fue. Yo decidí hacer lo mismo porque ya era de noche, pero me encontraba al otro lado del lago y no conocía el camino de vuelta. Estaba perdido, desorientado, cansado y tenía hambre.
Me tumbé bajo un arbolito que había cerca de la orilla y, envuelto en mi abrigo pasé allí la noche. Hecho un ovillo entre la gruesa capa de nieve y aquel frío polar característico de Alaska.

7.22.2010

23.30 Café Marly, París

Esta imagen es mía, no la utilices sin permiso

8.30 Hotel Roosevelt, Paris
Beep, Beep. El ruidoso despertador rojo que siempre la acompañaba despertó a Emily de su plácido sueño de esa noche.
Que su cabeza estuviera tranquila por las noches era algo extraño ya que las pesadillas la acechaban cuando dormían y acababan por despertarla de una manera angustiosa.
Pero,no. Hoy no, hoy había tenido que utilizar aquel despertador rojo que se pudriría en el tiempo sin apenas haber sido usado.
La luces del sol que entraban por la ventana terminaron de despejarla, obligándola a levantarse de la cama.
Se aseó cuidadosamente, se enfundó en un mini-vestido negro azabache cubierto con una gabardina gris y se fue a dar un paseo por los campos elíseos.
Le gustaba pasear, más si había llovido la noche anterior. El aire y la ciudad en sí parecían haber sido depurados en profundidad y todo tenía un olor puro y limpio.
Se quitó sus botas rojas y puso su pies sobre la hierba, aún con algunos destellos del rocío nocturno. Y sonó su móvil, dejando otra llamada perdida en el registro.

23.30 Café Marly, París
Emily llevaba ya casi una hora con su licor de limón encima de la barra.
Aquel café concert le recordaba a las noches en Londres.
La diferencia era que allí siempre pedía limonadas con doble ración de hielo debido a sus diecisiete años y ahora, ya con dienueve largos, licores de limón acompañados por un gran número de aquellos bloques gélidos.
Siempre le había gustado ir a ese sitio y distraer un poco su mente. Se tomaba la consumición y se iba.
Pero hoy estaba él en la mesa de la esquina esperando una explicación y ella no tenía las suficientes palabras para entablar un diálogo. O quizás tenía demasiadas como para terminarlo.

P.D: Ya me he cansado de las vacaciones bloggeras, la verdad es que no tenía inspiración y decidí descansar unos días. Mientras esperaba a la inspiración abrí mi flickr, si podeís pasar y comentad, please. Tengo pensado darle una continuación a la historia y seguramente la volveré a publicar cuando muchos de mis seguidores regresen de sus vacaciones. Un muá.


7.14.2010

Querida Samantha:

http://www.youtube.com/watch?v=rz5F0SARWyo

Querida Samantha:
Te hecho tanto de menos.
Hecho de menos aquellas tardes que pasábamos juntos en aquel parque que nadie se encargaba de mantener. Te recuerdo a ti entre la hierba alta, y ya casi seca, con tu vestido de flores y tus bailarinas de rayas, tu pelo rubio recogido y aquellas gafas de pasta que no suelen quedar bien, pero que a ti te favorecían.
Recuerdo cuánto me gustaba contemplarte, mientras escribías cosas en tu máquina de escribir ya que no te llevabas bien con la tecnología.
Recuerdo tu moleshkine roja, llena de fotografías hechas con tu polaroid y de relatos que nunca me dejaste leer debido a tu timidez, aunque seguro que eran preciosos, como tú lo eras y lo eres para mí.
Me acuerdo de cuánto te gustaba Augustana, de cómo yo lo detestaba al principio, pero ahora no puedo dejar de escucharlo, porque me recuerda a ti, amor.
Creo que Australia y los canguros están cansados de mí y constantemente me dicen que me vaya contigo. Quiero abrazarte como antes y traerte aquí, donde parece que el tiempo se detiene, donde rompen las olas del mar que tanto te gustaban.
Ay, Samy, mi querida Samy, esta soledad me está matando.

Siempre tuyo, Adam.

7.12.2010

Algún día aquel sufrimiento la consumiría por dentro.


Llevaba su pelo rubio, a la vista saltaba que era teñido, recogido en una trenza despeinada que hacía que los mechones que quedaban sueltos le dibujasen mejor el rostro. El flequillo le caía por encima de sus brillantes ojos color azabache, resaltados aún más con lápiz de ojos del mismo olor que los mismos que se le había corrido y hacía pensar que había llorado.
Sus labios carnosos estaban ligeramente iluminados con un poco de brillo labial y su nariz terminaban de completar aquel rostro perfecto en todas sus facciones.
Sus finas manos con aquellas uñas pintadas de rojo o negro rompían todas las cosas que le hacían aparentar ser una chica dócil.
Tenía una expresión triste, pero de completa seguridad.
Seguridad de sí misma y seguridad ante los demás.
Parecía como si hubiese vivido todas las experiencias, malas y buenas, que una persona puede llegar a vivir a lo largo de su vida.
Parecía que había sufrido demasiado para poder mantenerse en pie si que se le saltaran las lágrimas. Pero ella seguía allí, sin mostrar un ápice de tristeza de cara al exterior, se lo guardaba todo dentro y seguía jugando con su pelo liso con cierto aire de superioridad sobre todo aquello que le rodeaba.
Pero algún día aquel sufrimiento la consumiría por dentro.
P.D: Lo prometido es deuda. Señoras y señores, con todos ustedes Ivette.

7.08.2010

Ivette

Caminaba por la carretera apenas iluminada y despojada de indicaciones que pudiesen indicarle a dónde tenía que ir.
Y llovía. Las nubes se habían apoderado del cielo volviéndolo todo oscuro.
Estaba empapada de los pies a la cabeza, y el agua que corría por sus mejillas simulaba ser lágrimas salidas de sus ojos. Nadie la reconocería en ese estado, con la sombra de ojos color azabache corrida y su pelo negro demasiado despeinado.
Pero a ella le daba igual, no tenía que preocuparse por ello. Desde hacía un tiempo la vida la había dejado a un lado tirada en el camino y le había robado sus sentimientos.
La vida le había robado el amor.
Por eso Ivette seguía caminando sin rumbo, acompañada por el silencio y la penumbra que le ofrecía aquel lugar.
Siguiendo las pequeñas luces que alumbraban el camino, intentando borrar los simples bocetos que anteriormente formaban su corazón.
Antes de ser destruído.

P.D: No sé si continuaré con esta historia o lo dejaré en un simple relato. Tengo demasiadas ideas en la cabeza, aunque el personaje de Ivette me encanta, ya os la presentaré mejor más adelante. Por cierto, este fin de semana me voy a mi aldea, así que no podré publicar hasta el Lunes. Buen fin de semana a todos/as.

7.07.2010

Turn Your Lights Down Low



Turn your lights down low
And pull your window curtains
Oh, let Jah moon come shining in
Into our lifes again

Sayin': ooh, it's been a long, long time
I got this message for you, boy
But it seems I was never on time
Still I wanna get through to you, boy
On time - on time

I want to give you some
love
I want to give you some good, good lovin'
Oh, I - oh, I - oh, I
I want to give you some good, good lovin'

Turn your lights down low
Never ever try to resist, oh no!
Oh, let my love come tumbling in
Into our lifes again,

Sayin': ooh, I love you, I love you, I love you
And I want you to know right now
ooh I love you!
And I want you to know right now
That I - that I

I want to give you some love
I want to give you some good, good lovin'
Oh, I - I want to give you some good good lovin'

Sayin': ooh, I love you - I love you- I love you
And I want you to know right now
ooh, I love you
and I want you to know right now
that I - that I

I want to give you some
love
I want to give you some good good lovin'
Oh I- Oh I
I want to give you some good good lovin'
I want to give some love
I want to give you some good good lovin'
Oh, oh I want to give you some good good lovin'

7.05.2010

De tanto esperar por él se quedó dormida en la mesa delante de su café con leche escaso de azúcar.

Foto extraída de la galería de Eternal (Bego)
Cafetería de la puerta roja. Lugar donde se vieron por primera vez y el único sitio dónde podría encontrarle, a no ser que se le diera por buscar por las calles de Nueva York, que no eran precisamente pequeñas.
Se pasó allí mañana y noche. De tanto esperar por él se quedó dormida en la mesa delante de su café con leche escaso de azúcar.
El dueño del local la tuvo que despertar y Liz no tuvo más remedio que volver a casa sin noticias de Joe, donde se encontró con la ausencia de su vespa roja que la había dejado tirada hace casi más de ods días.
Era tan tarde y estaba tan sumamente cansada que aquello no le preocupó demasiado, seguro que el que se la llevó sabía como arreglarla.
A la mañana siguiente Liz desitió y decidió no seguir buscando, llevaba dos días completos haciéndolo sólo por un simple encuentro nocturno con un desconocido.
Era invierno así que cogió su chaqueta y se fue a Central Park, necesitaba que le diese el aire.
Paseó un rato pero al final acabó sentándose en un de aquellos bancos de madera.
No se había metido del todo en el parque así que aún podía ver las calles atestadas de gente dispuestas a continuar con una jornada más de trabajo. Entre toda esa marabunta de gente y en medios de todos aquellos taxis amarillos distinguió, aparcada en un lado de la calle, una vespa roja idéntica a la que tenía hasta hace unas cuantas horas.
-¿Te gusta? Es para ti. Quería darte una sorpresa, además he oído que me estabas buscando…

7.01.2010

Alice in Wonderland


La música del tocadiscos ponía la banda sonora de aquella espaciosa habitación. Mientras, Alice miraba por la ventana y contemplaba el paisaje de aspecto Parisino que ofrecían las calles del barrio de Montmartre.
A Alice siempre le había gustado contemplar a la gente y el ajetreo de la calle desde su ventana, sobre todo en los días lluviosos. Ese día podía ver a uno de los pocos barquilleros que quedarían en el barrio, una pareja de enamorados que intercambiaban miradas de chocolate, una madre intentando cobijar a su hija debajo del paraguas a pesar del esfuerzo que esta ofrecía por dejar que la lluvia le acariciase la cara...
Alice los miraba y intentaba adivinar sus pensamientos o simplemente se los inventaba, usando su imaginación de niña, utilizando mundos de fantasía.
Alice se quedó dormida encima del alféizar, la música seguía sonando, la lluvia no cesaba y la calle aguardaba hasta su regreso, para que la pintase de colores, para que instalase allí su País de las Maravillas...