6.28.2010

Let's find some beutiful place to get lost

- Jace, ¿tú crees en el amor?
- No, no creo en el amor, simplemente te quiero.
- Vale, eso es mucho mejor.
Lena esbozó una sonrisa y Jace la besó en su naricilla.
Y como siempre, se quedaron mirándose el uno al otro, entre los ojos verdes de Jace y la inocencia de Lena...
*Pasaros por aquí, os gustará: Critical Perspective

6.24.2010

Liz's Favourite thought

No podía dejar de pensar en ello.
Aquel encuentro con Joe la había dejado marcada, pero esta vez para bien.
Conservaba su chaqueta que aún tenía su olor masculino impregnado.
Quería ir a verlo, quería devolverle su chaqueta. No sabía exactamente donde se alojaba, pero eso no era un inconveniente. Lo buscaría por toda Nueva York si hacía falta.
Liz deseaba ver a Joe y deseaba que Joe quisiera verla a ella.
Pero Liz también tenía miedo. Miedo al rechazo de Joe, aunque sabía que él no era esa clase de gente. Tenía miedo porque sabía que Joe tarde o temprano volvería a su casa de Los Ángeles y continuaría con su vida dejando que su encuentro se fuese olvidando con el tiempo. Ya le había pasado eso varias veces y no quería repetirlo.
Pero era inevitable. Todas las calles de la ciudad, tanto de día como de noche, cada rascacielo le hacían recordar aquella noche con Joe en aquella cafetería de la puerta roja y el paseo de camino a casa junto con la sonrisa que se dibujaba en la expresión cada vez que ella hablaba.
Liz sabía que tenía que verle una vez más, porque desde aquella noche Joe se convirtió en su pensamiento favorito.

6.22.2010

Liz on Top of the World

La primera vez que la ví, Liz iba con su vespa roja por las calles iluminadas de Nueva York.
Llevaba un vestido rosa palo a juego con sus botines. Su ondulado pelo castaño le caía sobre los hombres resaltando sus ojos oscuros que hacían que su mirada fuese hipnotizante.
Aparcó la vespa delante de una de las pocas cafeterías que aún le podían ofrecer un chocolate caliente a esas horas. Entró por aquella puerta roja, se sentó en la mesa del fondo y amablemente pidió su consumición acompañada por una galletas. Yo, que la había seguido hasta allí, la observaba desde la barra, acompañado por el aroma de mi café solo, mientras ella de vez en cuando se dirigía a mi con una mirada curiosa.
Cuando terminó su chocolate se acercó a la barra, pagó y se fué. Yo realizé la misma acción y la seguí.
Una vez en la calle, Liz intentaba arrancar su vespa.
- ¿Te ayudo?- le pregunté.
- No. Lleva así dos días, funciona cuando le apetece.- dijo mientras se sentaba en las escaleras de la entrada de la cafetería. Yo me senté a su lado.
Liz se estremecía, su vestido era bonito, pero no abrigaba en las noches frías. Le puse mi chaqueta sobre los hombros.
- ¿Mejor así? -
- No debería dejar que un desconocido pusiera su chaqueta sobre mis hombros- me dijo con cierta ironía.
- Me llamo Joseph y soy de Los Ángeles. ¿Qué tal ahora? -
- Mejor - me dijo con una tímida sonrisa.
- Ahora es tu turno - dije.
- Liz. De Nueva York- respondió.
- La acompaño hasta su casa Señorita Liz de Nueva York, pero me tendrá que indicar el camino de vuelta. No soy de por aquí.
- Oh, se lo indicaré con gusto señor Joseph - me dijo siguiendo el juego - Pero a cambio me tienes que dejar tu chaqueta hasta mañana.-
- Sin problemas, te queda mucho mejor que a mí, pero llámame Joe-
Y así entre risas y las luces de neón, acompañé a Liz y a su inocente mirada de ojos marrones hasta su casa en medio de la noche neoyorquina.

6.17.2010

The girl & the sender III (Wait until you see my smile)

Aquella duda insaciable inundaba mis pensamientos. Mi corazón ya no sabía a quién pertenecer, si a Leah o a la chica del andén 9.
De repente alcé la vista y descubrí una silueta perdida entre la niebla que lentamente venía hacia mí.
La silueta pertenecía a una chica. Llevaba unos zapatos rojos y un vestido blanco. Era la chica del andén 9.
Esta vez fue ella la que se acercó a mí, que permanecía inmóvil, justo al revés que en nuestro primer encuentro. Según se iba acercando podía oler su perfume de vainilla. Cuando estuvo a un paso de mí cogió una de mis manos y puso un sobre en ella. Era el sobre que contenía la decimoquinta y última carta de Leah.
La abri y sin quererlo empecé a leerla en alto. Era la carta más breve que había recibido, pero sin embrago la más importante.

“Esta es la última carta que vas a recibir Adam, ya sé que las cartas eran para facilitarte mi búsqueda y que ahora mismo crees que tendrías que estar en Glasgow, pero sin embargo no te encuentras allí porque has perdido el tren por culpa de una chica de pelo rubio, vestido blanco y zapatos rojos que tu curiosidad obligó a seguir por las nevadas vías del tren hasta donde te encuentras ahora mismo con ella en frente tuya.
Bien, yo sabía que pasaría esto. Sé que no te has olvidado de mis otras cartas y que sigues pensando en mí. Lo sé porque, aunque no lo creas recibí tus respuestas a mis quince cartas. Pero sin embargo te has enamorado de ella también, algo que no me importa en absoluto.
Nunca te he dado una descripción física mía, pero creo que ha llegado el momento de hacerlo.
Tengo dieciséis años, si, tres menos que tú. Tengo unos brillantes ojos azules. Soy alta y suelo llevar un vestido blanco, sobre el que cae mi pelo rubio ondulado, acompañado por unos zapatos rojos a juego con el color de mis labios.
Adam, si de verdad me quieres, besa a la chica que tienes delante.”

Tiré la carta al suelo y por fin besé a Leah, mi chica del andén 9, que me miró con sus ojos azules esbozando una sonrisa.

6.15.2010

The girl & the sender II (Edge of desire)

No sabía que hacer, empezaba a hacer frío y no podía quedarme en ese andén esperando a que llegase el próximo tren. Tenía dos opciones: buscarla a ella o seguir caminado hasta encontrar un medio de transporte que me llevase hasta Glasgow. Sopesé y me decidí por lo segundo.
Empecé a caminar por las vías cargado con el equipaje, algo que sólo duró unos minutos. La carga era demasiado pesada así que me deshice de ella dejándola aparcada a un lado del camino, y continué andando.
Cada vez hacía más frío, tanto que empezó a nevar. No llevaba un abrigo muy adecuado para andar caminando por ahí nevando pero tenía que conformarme. Para distraerme, empecé a pensar en todo lo que había sucedido en la estación hacía ya unas cuantas horas.
Recordé la mirada inmóvil de aquella chica con cara de niña. Sus penetrantes ojos azules. Sus labios carnosos pintados de rojo carmín, haciendo juego con sus zapatos. Su pelo rubio. Miré el reloj y me dí cuenta de que llevaba algo más de cinco minutos pensando en ella. No me la podía sacar de la cabeza. Para mí era una completa desconocida, pero mi corazón parecía saber todo sobre ella. A mi corazón le gustaba, y había conseguido que a mí también. Ansiaba verla de nuevo, quería probar el sabor de sus labios contra los míos.
Cogí de mis bolsillos las misteriosas cartas que no habían cesado de llegar a mi buzón semanas atrás. Todas estaban escritas con una caligrafía impecable y firmadas con el nombre de Leah Reynolds. Todas ellas contaban historias, las historias de Leah, que deseaba enamorarse y entregar su corazón a alguien. Que había elegido que yo fuese el destinatario de esas cartas al azar. Que me había enamorado con sus palabras.
Podía seguir sus indicaciones y llegar hasta ella. O simplemente podía dejar que las palabras se consumieran en las llamas de la chimenea.
Había elegido buscarla, y ahora tenía que seguir el camino que trazaban esas vías. Ella era mi adicción y ahora no podía parar de buscar, pero tampoco podía olvidarme de los ojos azules que me miraban en la estación. Una pregunta inundó mis pensamientos.
¿Y si era Leah la chica del andén 9? No, no podía serlo.

6.14.2010

The girl & the sender

Corría. No podía perder ese tren. Andén 9, andén 9; pensaba una y otra vez para mis adentros. El reloj de la estación marcaba las 8.20, la hora a la que saldría el tren dirección Glasgow, y aún tenía que recorrer dos andenes más hasta llegar al número 9.
Por suerte conseguí llegar a tiempo, el tren acaba de llegar y la gente que venía de vuelta aún se estaba bajando de los vagones. Parpadeé y la estación ya no era una estación, sino un hervidero de gente. Cogí todo mi equipaje y me dispuse a entrar. Pero algo me llamó la atención. En medio de toda esa muchedumbre había una chica que permanecía inmóvil con una expresión neutral.
Poseía un rostro angelical con unos preciosos ojos azules. Tenía el pelo rubio, y lo llevaba ligeramente ondulado. Un vestido blanco dibujaba perfectamente su esbelta figura y unos brillantes zapatos rojos adornaban sus pequeños pies. No tendría más de 16 años, tres menos que yo.
De repente todo me encajaba, su descripción coincidía con la que aparecía en las cartas que había recibido. Tenía que hablar con ella, pero al mismo tiempo la última carta me decía que no podía perder aquel tren. Tomé mi última decisión, y fui hablar con ella.
Avanzaba por la estación dándome trompicones con la gente que iba y venía. Cada vez estaba más cerca; ella parecía verme, sin embargo seguía sin mover un solo músculo de su cuerpo. Un montón de gente se cruzó delante de mí lo que hizo que perdiera el contacto visual con ella durante unos segundos, pero cuando logré esquivarlos seguía sin verla por ninguna parte.
Se había ido. Ella se había marchado y yo había perdido el tren.

Quelques instants de l’amour jusqu’au printems

Nieve.
Los copos se quedaban atrapados en mi pelo, algo que a ti te gustaba.
Los árboles se habían vestido de blanco para la ocasión y el lago se había helado, suprimiendo el ruido del agua, parando el tiempo que sin embargo seguía pasando por aquel lugar. Algo me llamó la atención. En medio de la campiña nevada había una flor que seguía haciéndole frente al invierno. Era una margarita blanca, como todo lo que la rodeaba. Me quedé observándola unos instantes, hasta que note algo frío en mi cuello.
Habías comenzado una guerra de bolas de nieve, en la que yo me rendí la primera.
Me tiré al suelo dejando mi silueta grabada. Tú te tumbaste a mi lado mirándome a los ojos, obligándome a devolverte la mirada. Ambos nos reímos.
Como cada invierno que venía, dejaba sus frías huellas sobre los campos y ciudades, helaba los lagos y dibujaba nuestras sonrisas heladas y nuestros besos de hielo, para luego irse y dejar paso a la primavera de la margarita blanca…

100

- ¿Cuál es tu número preferido?
- Me gusta el número 100...
- Vaya, que número tan alto.
-Si, pero significa muchas cosas. Significa 100 entradas que a su vez equivalen a más de 4.214 sonrisas...
-Oh... creo que ya empieza a gustarme.

6.11.2010

Lena in the fairytale's kingdom

En una pequeña casa en el estado de Nueva Jersey vivía Lena.
A Lena le gustaba llevar las uñas pintadas de rojo y lucir un estilo informal acompañado de sus zapatillas converse de aspecto usado que reflejaban su peculiar personalidad.
Lena siempre llevaba con ella su cámara polaroid. Le gustaba la crudeza que tenían las imágenes hechas con ese tipo de cámaras. Con un simple clik! guardaba para siempre los recuerdos que la hicieron feliz o sorprendía con fotos indiscretas a las personas que la rodeaban.
A Lena le gustaba sonreír a todas horas para luego poder repartir sus sonrisas por las calles.
Amaba el sabor que le dejaba el algodón de azúcar y los helados de nata y fresa del verano pero a la vez le gustaba el que le proporcionaba el café del starbucks en invierno.
Le gustaba sorprender a Jace con besos de caramelo y abrazos de algodón.
Le gustaría ser como Peter Pan y volar lejos, por el cielo.
En la mente de Lena siempre había sitio para sus dulces pensamientos de niña.
Lena quería pintar la vida con los colores del arco iris con los rotuladores que siempre llevaba en su estuche y luego ponerle de banda sonora la música de su ipod.
A Lena le gustaba correr y volar junto con su imaginación y soñar y soñar...

6.10.2010

Audrey, wait!

A Audrey le gusta pasear por las calles de París, incluso en los días de lluvia en los que la acompañaba su paraguas negro.
Hoy era uno de esos días grises en los que Audrey salió a dar su paseo, ahora ya casi como rutina, con sus zapatos de charol y su vestido color carmesí acompañados por el contoneo de sus caderas al andar. Debajo de su sombrero Audrey escondía su dulce rostro de tono pálido con ojos azules y labios pintados de color carmín.
Al llegar a la plaza donde en verano compraba su helado de frambuesa, Audrey se detenía y buscaba la mirada de Lucas, el chico con el pelo de color cobrizo que siempre la observaba.
Ese día Lucas no estaba, llegaba tarde a su cita.
Una Cita de miradas, en las que no se cruzaba palabra alguna.
Audrey prosiguió su paseo cando escuchó unos pasos detrás suya.
Allí estaba él, recuperando el aliento. Audrey se giró y atrapó la mirada y la sonrisa de Lucas dedicándole, a su vez, sus ojos azules y su mejor sonrisa brotó de sus labios color carmín en aquella tarde de lluvia.

6.04.2010

Butterfly Treasures

Sentada, Scarlet pensaba.
Todo lo que la rodeaba hacía que se sintiese como en un cuento de hadas.
Su vida aparentemente perfecta estaba llena de imperfecciones. Pero eso a ella no le importaba en absoluto.
Al contrario que las demás chicas de su edad, Scarlet siempre lucía una bella sonrisa en la cara que potenciaba aún más el brillo de sus ojos azules.
Al viento le gustaba jugar con su largo pelo ondulado de color del oro.
Bueno, al viento y a Adam, el príncipe azul de Scarlet. Su Romeo personificado.
El único que aceptaba su peculiar personalidad acompañada de sus virtudes y defectos.
El que la consolaba cada vez que lo necesitaba.
El que le daba besos de chocolate y le endulzaba el día.
El único le enviaba rosas rojas por su cumpleaños y siempre.
El único que la abrazaba de verdad, que la protegía, que la amaba.
El primero que le envió una carta seguida de un P.D.: Te quiero
Scarlet seguía en aquel precioso lugar, cuando una mariposa de colores muy llamativos se posó en sus finos dedos.
En ese momento Scarlet recordó a Adam y todas las cosas que la hacían feliz y se sintió como una auténtica princesa…