12.14.2010

A 10ºC bajo cero, tú.

Recomendable leerlo con música (debajo del texto)

Nieva.
Como en aquel invierno, de susurros, sonrisas y algún que otro mimo.
Aquel invierno de mi infancia en el que descubrí que todo es posible, un año en el que aprendí a soñar.
Mis padres habían alquilado una casita en un pueblo entre las montañas, donde las calles parecían de algodón.
Paseando por allí con bufanda gorro y guantes, entre el frío, conocí a Daniel, con quién compartiría las mañanas heladas y los atardeceres nebulosos.
Era un niño inquieto, con su bici roja que le llevaba a dónde el quisiera ir.
Un día le propuse que me llevara a las nubes a tomar algodón de azúcar, pero él me dijo que era tonta. ¿Cómo podía interesarme ir a las nubes habiéndo toda esa cantidad de nieve en tierra firme?. Él me decía que prefería sumergirse en el lago congelado y tomarse un helado de galleta.
Discutiendo. Así éra como pasábamos los inviernos, porque repetimos muchas veces.
Cada año era diferente a los anteriores y poco a poco nos fuimos volviendo el prototipo normal de amigos de vacaciones, pero manteniendo las viejas costumbres, claro. Seguíamos peleando pero ahora yo ya le curaba las pupas de las rodillas en vez de jugar a los médicos y él me preparaba brownies de chocolate los lunes por la tarde.
Y lo mejor es que seis años después aquí sigo, otro invierno más, entre la nieve y mi gorro del pompón rojo.
Dani ya no tiene su bici roja pero ahora me tiene a mí, aquí, a su lado; con su chaqueta puesta para quitarme el frío del cuerpo y transformar el invierno en sentimientos cálidos. Algo dulce como el algodón de azúcar que nunca nos tomamos. Transformarlo en algo bonito como que me agaricie el flequilo que cae sobere mis ojos mientras comemos brownies; como cuando me besa en la fente mientras yo le doy un abrazo eterno.
Tranformarlo en algo tan especial como que él me quiere a mí y to le quiero a él...

(...aunque estemos a 10ºC bajo cero)



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